Una pequeña reflexión para todos los guerreros de la luz








Los guerreros de la luz se reconocen por la mirada.
Están en el mundo, forman parte del mundo, y al mundo fueron enviados sin alforja ni sandalias. Muchas veces son cobardes. No siempre actúan acertadamente.

Los guerreros de la luz sufren por tonterías, se preocupan por cosas mezquinas, se juzgan incapaces de crecer. Los guerreros de la luz de vez en cuando se consideran indignos de cualquier bendición o milagro.

Los guerreros de la luz con frecuencia se preguntan qué están haciendo aquí. Muchas veces piensan que su vida no tiene sentido.


Por eso son guerreros de la luz. Porque se equivocan. Porque preguntan. Porque continuan buscando un sentido. Y terminan encontrándolo

Extraido de: "Manual del guerrero de la luz" de Paulo Coelho

La Educación Antes del Nacimiento

La palabra “educación” viene de “educire”, sacar, extraer. Dentro de nosotros está esa semilla que debemos ayudar a que germine, a que saque lo mejor, lo más luminoso que hay dentro de nosotros. Como bien dice en El Principito Antoine de Saint-Exupéry,Las semillas duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurre la fantasía de despertar”. La educación debería ser aquello que permite que brote de esa semilla interior lo que ella ya es... 



Algo tan importante no puede dejarse al azar o la intuición porque va a influir en el futuro; por esta misma razón, la educación comienza en el mismo instante en el que una conciencia, un futuro ser humano prepara su llegada a este mundo.


A lo mejor hoy en día tenemos que recordarnos qué es realmente la educación, porque tenemos la idea de que educarnos es informarnos de muchas cosas. Sin embargo, se trata de formar al ser humano. No de añadirle cosas desde fuera, sino de que cada uno pueda desarrollar aquello que tiene dentro: en la semilla del árbol ya está el árbol. Es decir, en la semilla de cada uno de nosotros, ya está lo que tenemos que ser nosotros. Se trata de permitirle que salga, que crezca, darle forma. 


Se cuenta que el gran artista Miguel Ángel decía, al ver un bloque de piedra, que la figura que él quería sacar a la luz estaba dentro. Lo único que él tenía que hacer era quitar todo lo que le sobraba para que la figura apareciese. 
Esto es algo que sabían todas las antiguas civilizaciones, y por eso preparaban minuciosamente a cada mujer que iba a concebir un hijo. Lo encontramos desde las culturas más avanzadas hasta las que nosotros consideramos equivocadamente salvajes. Un ejemplo de verdadera educación lo tenemos en los indios norteamericanos, que hoy en día empezamos a descubrir que no eran tan salvajes, ni tan horribles, ni tan violentos, ni tan feos. Todo lo contrario.
Si uno quiere investigar acerca de este pueblo, descubre que tenían unas creencias exquisitas, sutiles, muy bien elaboradas acerca de la naturaleza, acerca de lo que es el ser humano, de la educación. Tenían ritmada toda la educación de un niño desde que la madre se enteraba que estaba encinta. Y todo esto recomendado e incluido en la educación de esa mujer desde que era una niña. Por ese motivo, desde que una india se enteraba que estaba encinta, ya no podía vivir como las demás mujeres. Primeramente, dentro de los hombres y mujeres eminentes de sus tribus (que los había), iba a escoger un ejemplo, pensaba en las cualidades y las virtudes de esa persona que conoció o escuchó en los grandes relatos para recrear constantemente esas cualidades y esas virtudes... Además se esforzaba en no tener conversaciones vulgares, así como alejarse de preocupaciones materiales.

En definitiva, quería sacralizar de alguna forma y manera, su vida. Desde qué pensaba hasta qué hablaba, qué contemplaba, de qué se preocupaba. Ya no estaba viviendo solo en función de ella misma, sino que había una conciencia muy clara de que ella era portadora de un alma y, por lo tanto, tenía que ser en ese momento un buen canal, un instrumento para que ese alma llegase y llegase bien.



En ese momento existe una conciencia de esta interrelación entre la madre y el niño. Y esta mujer tiene como disciplina pasear por el bosque, contemplar las cascadas, los ríos y hablarle a su futuro hijo desde las primeras semanas del embarazo. Hablarle de la perfección de la naturaleza, escuchar ella los ruidos de la naturaleza como si se tratara de una música, ya que para estos indios norteamericanos, la naturaleza es un templo. Un templo perfecto. Por eso, ellos jamás construyeron templos como los que nosotros conocemos, porque entendían que el mejor templo era la naturaleza y que en ella, se podía descubrir ese secreto de la vida. Y poco a poco, hablaba a su hijo de lo que el indio norteamericano entendía como el Gran Silencio. El Gran Silencio que lo llena todo.
Dios es el Gran Misterio que el ser humano no puede comprender, pero que está presente, está detrás de todas las cosas.
Durante la gestación recitaba en voz alta algunas de las tradiciones orales de sus antepasados, que hablaban del Gran Espíritu, el espíritu que reside en todas las cosas. Es decir, que, durante todo el periodo prenatal, la madre era consciente de que a través de todo lo que ella hacía, sentía y pensaba, estaba educando a su hijo. Pero esto no era suficiente, sino que ella misma también se preparaba, por ejemplo, para que ese momento que había estado esperando y para el que se había ido preparando de determinada forma, lo viviese en la soledad y en la compañía de esa naturaleza, de lo que llamaba El Gran Misterio o El Gran Silencio.
Es cierto que a nosotros nos extraña mucho y lo vemos como un signo más de salvajismo, por ejemplo, que estas mujeres se retirasen de la tribu el día que iban a parir, se retirasen solas y alumbrasen a su hijo en la soledad. Lo hacían así porque ellas no querían que nadie que las contemplase sintiese lástima ni pena por su dolor en ese momento. Era una especie de pudor psíquico, espiritual, como algo que le iba a hacer sentirse pobre. Aparte, tenía un gran orgullo de vivir con valor ese momento... 
La educación comenzaba desde el momento en que sabía que estaba gestando un hijo y continuaba hasta la edad de los siete años. 
Curiosamente, esto coincide en todos los pueblos de la Antigüedad, ya nos vayamos  a la India, Egipto, Roma, Grecia...
Por ejemplo, en Roma, un niño estaba a cargo de su madre ineludiblemente hasta los siete años de edad, ocupándose de él constantemente. No era porque la mujer estaba esclavizada, sino que era algo que hacían de modo consciente, ya que iban a traer un alma al mundo, y si la traían, la traían adecuadamente, siendo responsables.
Las mujeres eran verdaderas autoridades en esos pueblos, tenían en su poder la educación de los futuros habitantes, es decir, una gran responsabilidad y, en consecuencia, un gran poder; por ello, debía hacer un buen uso de este.
Como bien expresa la frase “La mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo”, no puede dejarse al azar, y mucho menos a gente que no se prepara para ello. Después, cuando el niño cumplía siete años, sí que iba a pasar a cargo del padre. Ahí era el momento en que el niño estaba preparado para introducirse en la vida pública. Y entonces vemos que va acompañando al padre, e incluso está presente en las conversaciones con los amigos, en todas las gestiones públicas que haga su padre... Bueno, esto lo encontramos también entre los indios norteamericanos, donde lo más importante dentro del primer septenario de vida de un ser humano es el contacto con su madre, porque no solo depende el niño de ella en lo que concierne al alimento físico dictado por la naturaleza, sino que eso es una muestra de la necesidad verdadera que tiene el niño en otros planos, mucho más importante. Nosotros somos una semilla que viene al mundo, y la madre, consciente de esa semilla, se torna ella misma en tierra fértil para que esa semilla crezca y abra sus pétalos a lo que sería la vida, la realización, a la búsqueda de lo que esa semilla quiere llegar a ser, para que eso sea realizable.

Cuando no hay esa conciencia, esa semilla viene a la vida y se planta en cualquier tipo de tierra, donde ni siquiera sabemos que eso es una semilla, ni siquiera sabemos qué se está plantando, ni siquiera cuidamos esa tierra en la que ha caído.


Con esto no estamos diciendo que ahora una mujer cuando se quede embarazada deba aislarse y no relacionarse con nadie hasta que su niño tenga siete años, ni que cualquier ser humano, da igual su sexo o situación, que decida criar un niño, no deba hacerlo. No, de lo que hablamos es de que en el momento que un ser humano adulto se hace cargo de otro, debe ser consciente de la responsabilidad que ha adquirido y ayudar a germinar esa semilla que está a su cargo, porque la verdadera educación no es introducir cosas como si la conciencia, o el ser humano, o el alma, fuese un recipiente vacío que nosotros, el mundo, aquellos a los que recibimos esas conciencias, tenemos que rellenar. Es todo lo contrario.
Por eso es tan importante ser conscientes de esto, al margen de los errores que se puedan cometer. Si hay una conciencia, una intención, entonces esa semilla acabará brotando y siendo el árbol que siempre soñó. 

Un niño imita todo lo que ve. Está verdaderamente abierto para aprender, es algo que nosotros después hemos perdido, esa capacidad de estar abiertos para aprender. Nosotros, los adultos, a veces despreciamos el mundo del niño. El niño ve cosas, contempla aspectos de la vida que nosotros ya hemos dejado atrás. Pero lo hemos dejado atrás como con desprecio. Incluso en aquellos niños que todavía se manifiesta un poco de ese mundo, de esa manera maravillosa de verla y destacar ciertos aspectos de la vida, esa humildad con la que un niño pregunta: “y esto ¿qué es? Y esto ¿por qué?”... que nosotros hemos perdido, se lo arrebatamos también a ellos.


Por eso es tan importante que seamos conscientes de la delicada misión que supone la educación. Si tenemos claro el concepto, pondremos las bases adecuadas, y todos sabemos que las verdaderas construcciones, las que quedan, las que están de pie después de miles de años, están hechas de piedra. Y están hechas de piedra bien escuadrada, de piedra bien pulida. 

Cada uno de nosotros somos una piedra que forma parte de una construcción y si queremos que para el futuro, aquellos seres humanos que vendrán detrás de nosotros, tengan verdadero futuro, tenemos que empezar por nosotros. Por ser nosotros una piedra pulida, escuadrada y que forme parte de una construcción. Es decir, que seamos parte cada uno de nosotros de ese mundo en el que nos encontremos. Que con cada cosa que nosotros hacemos, estamos debilitando esa piedra o estamos soportando mejor el peso de esa construcción.